Por fin tenemos al perro en casa. Durante unos días será el mimado y rey de la casa. Es un periodo de adaptación muy importante, pero como nos tiene embobados y es la novedad, le consentimos que haga todo lo que quiera.
Que se suba al sofá porque es muy chiquitín y tendrá frío, que pasee por TODA la casa para que explore, le damos algún regalito mientras comemos, incluso que duerma con nosotros para que no llore y nos deje dormir.
Si le consentimos cosas que después no queremos que haga no le estamos haciendo ningún favor, ni a él ni a nosotros. Estamos creando malos hábitos que después tendremos que corregir. Lo que no se hace no se hace nunca.
Es como a los niños pequeños, muchas veces les consentimos cosas porque son muy chiquitines, como saltar en el sofá. Si tiene dos añitos es muy gracioso y si tiene seis en un mal educado. No es lo mismo decirle la primera vez que eso no se hace, que enseñarle después de 4 o 5 años de saltos y risas en el sofá que ya no puede hacerlo más. Si no le consentiríamos jamás meter los dedos en el enchufe porque es peligroso y no se hace, ¿Por qué le consentimos algo que no se hace para prohibírselo después cuando le haya cogido el gustillo?
Estaremos de acuerdo en que si queremos educar hacen falta límites y lo mejor es que toda la familia esté al tanto de lo que se puede o no hacer y sigan el mismo criterio a la hora de premiar o regañar conductas. Imaginaos a un niño pidiendo comer chucherías antes de comer. Si siempre le decimos que no, y NO siempre es NO (no un sí después de treinta minutos de escuchar la misma pregunta), llegará un momento en que ya no lo intentará más. Si por el contrario unas veces le decimos que no y los días que nos pilla de buenas le decimos que sí, nunca dejará de intentarlo por si cuela.
Cada familia es un mundo. En algunas casas los animales tienen acceso ilimitado, duermen en camas y sofás… en otras tiene acceso restringido a los dormitorios, no pueden subir al sofá…
Lo ideal es que cada uno en su casa haga lo que le de la gana. Sí es cierto que si lo tratamos como a un igual le damos un estatus dentro de la familia que no le corresponde, ya que no es humano sino perro. Ser un perro no es un insulto: es lo que es y él es feliz siendo perro. Si humanizamos al perro le generamos problemas de conducta. Si te gustan los animales respétalos, acéptalos y no quieras convertirlos en lo que no son. Si tú eres el rey de tu casa le libras a él de esa gran responsabilidad con lo cual vivirá más relajado y feliz.
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